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Colombia, COP26 y el futuro de la humanidad: ¿estará la comunidad internacional a la altura?

El 12 de noviembre terminó la COP26, cumbre en la que líderes mundiales, jefes de Estado y de Gobierno, y responsables de negociación de 196 países buscan definir las líneas de acción planetarias frente al cambio climático.


OMM/Seyed Amin Habibi. Si no se toman medidas, las emisiones mundiales seguirán aumentando en esta década. Para 2030, aumentarán alrededor de un 16,3% en comparación con los niveles de 2010.

El encuentro, que se inició el pasado 31 de octubre y se realizó en Glasgow (Escocia), ha entrado en su fase definitiva y, como les contamos hace unos días, el reto de los dignatarios allí reunidos es entregarle a la humanidad un conjunto de directrices sobre cómo se ajustarán las leyes y los marcos institucionales de cada país para coordinar una postura colectiva frente al calentamiento global, que es un realidad común e inminente.


Volvemos a hablar de este tema por dos razones. La primera es tan obvia como urgente: detener el calentamiento global y hacer frente a las consecuencias del cambio climático es, muy probablemente, el reto más grande que hemos enfrentado como especie. Y, segundo, porque las acciones que se emprendan en el mundo ­–y, por supuesto, en Colombia– están atadas a una serie de capacidades institucionales que pasan, como es natural, por aspectos fiscales y macroeconómicos.


Detallemos, entonces, algunos de los acuerdos sellados por el Gobierno nacional con el propósito de cumplir con los compromisos anunciados en el marco de la COP26.


Uno de los acuerdos más relevantes se suscribió con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Se trata de un programa de crédito por 500 millones de dólares, cuyos ejes centrales son la adaptación al cambio climático y la mitigación de sus consecuencias. Adicionalmente, Francia, Alemania, Reino Unido, Corea y Suecia aportarán 600 millones de dólares adicionales para apoyar la implementación de acciones en esas mismas líneas.


Estos recursos van a apoyar el trabajo nacional para alcanzar los dos ambiciosos objetivos trazados por el Gobierno nacional durante la cumbre: reducir en un 51 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, y ser un país neutral en carbono para 2050.


¿Qué implica ser neutrales en carbono? WWF, la principal organización de conservación de la naturaleza a nivel global, explica que la carbono neutralidad se da cuando “un país, una industria, una organización, una ciudad, e incluso, un ser humano” consigue que las emisiones que genera a través de sus actividades sean proporcionales a la captura de carbono que realiza.


La articulación institucional para alcanzar estos objetivos se ha planteado desde la Estrategia Climática de Largo Plazo de Colombia, también conocida como E2050. La iniciativa cumple con lo dispuesto en el artículo 4 del Acuerdo de París, en el sentido de establecer una hoja de ruta con visión de largo plazo para impulsar un desarrollo bajo en emisiones de gases de efecto invernadero.


A lo largo de los próximos años escucharemos hablar con mucha insistencia de esta estrategia. Esto ocurrirá no solo debido a la creciente amenaza que implica el cambio climático, sino también a la multiplicidad de factores que deberán movilizarse dentro del andamiaje institucional, productivo y social de nuestro país (y del mundo entero) para llevar a cabo una tarea de esta magnitud.


Es factible pensar, por ejemplo, que será a través de dicha estrategia que se darán varias de las iniciativas orientadas a generar conciencia entre la sociedad respecto a la certeza y gravedad de la amenaza que supone el cambio climático.


La exposición por parte de Ministerio de Ambiente respecto a la E2050 da cuenta de la relevancia de esta instancia, que no solo se ocupará de la biodiversidad, sino de la promoción de una producción y un consumo sostenibles, así como del “desarrollo rural, marino y costero diferenciado” y de la transición hacia “una movilidad e infraestructura sostenibles”.


La importancia que la comunidad internacional le está dando a COP26 y el creciente interés de la ciudadanía en los temas ambientales plantea desde ya la pregunta sobre la financiación de una serie de acciones cuya necesidad es cada vez más apremiante.


Se ha planteado cómo la conversación sobre impuestos verdes, en el caso puntual de Colombia, se ha aplazado en el marco de las discusiones de las recientes reformas tributarias. Ciertamente, además de asegurar nuevas fuentes de financiamiento para las acciones en favor del clima, este es un mecanismo permite también animar la conversación pública sobre la conveniencia de introducir herramientas tributarias con un marcado componente ambiental.


Como se señaló anteriormente, los dos retos centrales en las acciones institucionales por venir con relación a la agenda ambiental son, además de la financiación de las acciones venideras, la socialización de estas iniciativas con amplias capas de la población.


¿Por qué debe importarnos que los polos estén derritiéndose? ¿Qué pasa si no reciclo? ¿Por qué un aumento de medio grado de temperatura del planeta es tan grave? Las respuestas a estas preguntas, que son sumamente obvias para algunos, no lo son para una porción significativa de la ciudadanía –de cuya acción proactiva depende, en gran medida, el éxito de las acciones que se implementen–.


En este sentido, resultan valiosos ejercicios como los realizados por la Alcaldía de Bogotá con iniciativas como el Plan de Acción Climática de la ciudad, cuyo eje central es la participación y concientización de las personas. Iniciativas como el reverdecimiento de la ciudad y el impulso de una economía circular con énfasis en iniciativas como el reciclaje hacen parte de esta hoja de ruta.


Colombia está haciendo su parte. La pregunta de fondo es si la comunidad internacional –en especial las potencias y los países que más contaminan– también asumirá compromisos de fondo. Alcanzar consensos ambiciosos, realistas y vinculantes es el primer paso. A ello debe sumarse la adopción de mecanismos con la fuerza necesaria para garantizar que lo prometido se haga realidad. No son tareas fáciles, en especial si se tiene en cuenta que no todos los países tienen el mismo interés por avanzar al mismo ritmo.


“Es la hora de la verdad. Es hora de cumplir las promesas. Es hora de restablecer la confianza”, dijo hace algunas semanas Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas.


El mundo está a pocos días de saber si pesarán más el cabildeo y las agendas de corto plazo que el bienestar y la supervivencia misma de la humanidad en un horizonte que parece cada vez más cercano.

En este o este enlace pueden seguir de cerca todos los detalles sobre COP26.

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