Uno de los temas de política económica más discutidos en el mundo es la implementación de impuestos a la riqueza (o al patrimonio, como diríamos en Colombia). La discusión está presente en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, donde varios candidatos han propuesto implementar este tipo de impuestos, pero también en Alemania (con propuestas similares), en Noruega (que actualmente tiene este tipo de impuesto), y en el trabajo del influyente economista francés Thomas Piketty. En nuestro país tampoco es extraña esta discusión, en parte, gracias a nuestras recurrentes reformas tributarias (en promedio una cada año y medio). Pero, ¿por qué querría un país implementar impuestos a la riqueza?¿para qué sirven?.
Un nuevo estudio que realicé en conjunto con investigadores de la Universidad de Minnesota y la Universidad de Toronto aborda estas preguntas y propone una nueva razón a favor de los impuestos a la riqueza, que no tiene que ver con los argumentos usuales de aumentar el recaudo fiscal y la necesidad de mayor redistribución hacia los hogares más pobres. Los impuestos a la riqueza pueden aumentar la productividad del país al ayudar a concentrar el capital en las manos más productivas.
Los impuestos a la riqueza favorecen a quienes tienen retornos más altos sobre sus activos, y perjudica a quienes tienen retornos bajos. Si alguien tiene retornos mayores que la tasa de impuesto, su riqueza aumenta. Pero si los retornos son bajos (si se es improductivo) la riqueza disminuye. De esta forma, los impuestos a la riqueza le ofrecen una disyuntiva a cada individuo respecto a sus activos: “o los usa, o los pierde.” El estudio se refiere a esto como el “use it or lose it effect.”
Éste es el resultado principal del estudio, y es el efecto opuesto al de otras formas de impuestos al capital (como los impuestos a los dividendos del tipo propuesto por el ministerio de hacienda en días pasados)
Mientras que otros impuestos al capital recaen sobre los individuos con mayores retornos (los más productivos), los impuestos a la riqueza recaen sobre quienes tienen capital, pero no lo usan productivamente. Cambiar de impuestos sobre las ganancias de capital (dividendos) a impuestos a la riqueza les permite a los individuos más productivos acumular más, y toma recursos quienes tienen activos, pero no los usan para producir. En esta forma se aumenta la productividad en la economía, redistribuyendo de los “ricos improductivos” para favorecer a quienes ponen sus activos en los usos más productivos.
A manera de ejemplo, considere la historia de Betty y Armando. Ambos heredaron una cuantiosa fortuna de mil millones de pesos. Betty es una extraordinaria gerente, y al invertir su dinero obtiene un retorno del 20%. Armando proviene de una familia de exitosos empresarios, pero no heredó las habilidades de sus parientes, y tiene un retorno de 0%. Así, después de un año Betty tiene 1200 millones y Armando tiene 1000 millones. El gobierno requiere recaudar 100 millones de pesos para un nuevo hospital y tiene dos formas de lograr el recaudo: cobrar impuestos a las ganancias de capital, o a la riqueza. Si se cobran impuestos a las ganancias de capital todo el impuesto es pagado por Betty (a una tasa del 50%), ya que ella es la única con ganancias. Después de impuestos, Betty tendría un retorno del 10% y una riqueza de 1100. Si se cobran impuestos a la riqueza ambas personas deben pagar (aproximadamente 4.5%). Betty paga ahora menos impuestos (55 millones en vez de 100), a pesar de tener que pagar impuestos sobre toda su riqueza (1200 millones) y no sólo sobre sus ganancias (200 millones). Esto se debe a que ahora Armando también debe pagar impuestos por la riqueza que posee (45 millones). De esta forma los impuestos a la riqueza favorecen a Betty, la persona más productiva, que termina el año con mayor riqueza que cuando se cobran impuestos a las ganancias. El mismo mecanismo opera para el manejo de la tierra en vez de empresas.
El estudio, difundido por el National Bureau of Economic Research (NBER), muestra que las ganancias de productividad provenientes de reemplazar impuestos a las ganancias de capital por impuestos a la riqueza pueden ser considerables. Al redistribuir la riqueza hacia manos más productivas, aumentan el producto, el empleo y los salarios. También se muestra que las ganancias pueden ser aún mayores si se usan los recursos de los impuestos a la riqueza para disminuir otros tipos de impuestos, como el impuesto de renta.
Los impuestos a la riqueza tienen otra ventaja sobre políticas públicas que buscan mejorar el uso de los recursos: estos impuestos no requieren elegir ganadores. No es necesario hacer supuestos sobre qué sectores de la economía sería bueno promover (o proteger), o sobre qué uso debe dársele a la tierra. El uso de los activos (o terrenos) depende de los dueños. En vez de dar prebendas o subsidios, el impuesto a la riqueza incentiva a usar los activos productivamente o perder parte de la riqueza en impuestos. Adicionalmente, los impuestos a la riqueza promueven la movilidad intergeneracional. Protegen a emprendedores que no tienen tanta riqueza, pero que generan grandes ganancias, y además les permite acumular activos. Al mismo tiempo, permiten a quienes heredan empresas (o terrenos) ponerlos en uso productivo. Si tienen éxito, podrán continuar acumulando riqueza, mientras que si no son exitosos su riqueza disminuirá con los impuestos y será redistribuida a manos más productivas.
Esta discusión es relevante para Colombia. Mucho se ha hablado sobre la necesidad de diseñar un código de impuestos que sea “eficiente” y que promueva el crecimiento de las empresas. Los resultados que acabamos de mencionar muestran que el impuesto a la riqueza puede ser un instrumento eficaz para aumentar la productividad (y aumentar el recaudo en el proceso). En contraste, los impuestos a las ganancias de capital (como los dividendos) recaen sobre quienes son más productivos, reduciendo su capacidad (e incentivos) de crecer. Es importante tener en cuenta estos argumentos en la discusión de política sobre las diferentes formas de impuestos al capital. Estos impuestos juegan un rol importante en las finanzas públicas colombianas: según la OECD, el recaudo tributario por impuestos a la propiedad en Colombia asciende a 2,1% del PIB, o alrededor del 10,6% del recaudo tributario.
Para terminar, queremos aclarar ciertos puntos sobre cómo leer los resultados del estudio. Primero, las ganancias de productividad generadas por los impuestos a la riqueza dependen del origen de los retornos. Si en vez de reflejar productividad los retornos reflejan rentas monopolísticas los impuestos a la riqueza pueden terminar beneficiando a los dueños de esos monopolios. Esto es particularmente relevante para Colombia debido a la falta de competencia en muchas industrias. Segundo, la implementación de los impuestos a la riqueza no es sencilla. Cuantificar la riqueza es difícil pues muchos activos no tienen un precio en el mercado, y muchos individuos pueden ocultar o expatriar sus activos en respuesta a los impuestos (ver excelente trabajo de Juliana Londoño). Un prerrequisito para una buena implementación es una catastro actualizado y nacional, y una mayor coordinación en las tasas del impuesto predial para varias regiones del país.