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Cuidado infantil, autonomía e inserción laboral de las mujeres: la experiencia de Corea del Sur

“También aquí las mujeres han sido las que han pagado el precio más alto, no solo porque han sido las primeras en resultar despedidas sino también porque la falta de acceso a la asistencia sanitaria y al cuidado infantil marca para ellas la diferencia entre la vida y la muerte” – Meredith Thursten (1991) sobre la crisis sanitaria y de cuidado en África.


El trabajo de cuidado, tal y como lo hemos descrito, está feminizado. En esa misma línea, el cuidado infantil –que generalmente hace parte de ese trabajo no remunerado–, por cuenta de los roles de género asociados, se delega casi exclusivamente a las mujeres.


Actualmente, producto de la pandemia y de las medidas adoptadas para conjurar la crisis, el trabajo de cuidado –que antes estaba distribuido entre otros actores, como el mercado y el Estado a través de servicios de educación, salud, alimentación– retornó a la esfera privada, aumentando la ya desproporcionada carga de trabajo de cuidado no remunerado (TDCNR) al interior de los hogares. La proporción, de acuerdo con cifras del DANE, es de aproximadamente 3 horas diarias en hombres y 7 horas en mujeres.


La economía del cuidado comprende el trabajo doméstico y el cuidado a personas. Dentro de este último, conocido también como cuidado directo, se encuentra el cuidado infantil. Según la cuenta satélite del DANE, en 2017 se dedicaron en cuidado a personas un total de 6,2 millones de horas. De estas, el 76.2% fue provisto por mujeres –una proporción muy similar a lo observado en 2012–. Si estas actividades se hubieran hecho en el mercado remunerado y no al interior de los hogares, habrían costado 32 billones de pesos, de los cuales 24 billones corresponderían al trabajo realizado por las mujeres.


No sabemos con exactitud cuánto se dedica específicamente al cuidado infantil. Sin embargo, sí sabemos que en un hogar nuclear sin hijos el cuidado y apoyo a personas es 1.2% del total de TDCNR, y que el 59.4% es realizado por mujeres. Por su parte, en un hogar nuclear con hijos, el cuidado y apoyo a personas es 20% del total de TDCNR, y es realizado en un 70.4% por mujeres. Estas cifras permiten dimensionar que las mujeres son las principales proveedoras de cuidado infantil y que esta es una actividad a la que le dedican una gran proporción de su tiempo y energía.


El esfuerzo físico, mental y de tiempo que dedican las mujeres a estas labores impacta su desarrollo personal y profesional por fuera de ellas. Por lo anterior es importante proveer programas, infraestructura y servicios públicos que contribuyan a la superación de estas desigualdades y a lograr la autonomía económica, física y política de las mujeres.


Los subsidios de cuidado infantil son uno de los programas que más contribuye a lograr estos objetivos.


Las ventajas de este tipo de medidas pueden observarse en cuatro dimensiones. En primer lugar, se produce una liberación de tiempo en las mujeres dedicadas al cuidado infantil, facilitando la búsqueda y permanencia en trabajo remunerado. Segundo, hay un cambio de perspectiva respecto a la contratación de mujeres, dado que se deja de estigmatizar a la mujer como cuidadora, lo cual contribuye a disminuir la segregación en la contratación de esta población. En tercer lugar, si el subsidio es monetario, este implicará un aumento en la riqueza total de los hogares, mejorando el poder de negociación relativo. Por último, podría abrirse la puerta a la transición de cuidado no formalizado a formal, algo que tiene impactos muy positivos a nivel comunitario.


En su artículo La economía del cuidado: división social y sexual del trabajo no remunerado en Bogotá, la economista Natalia Moreno Salamanca detalla que actividades como alimentar, bañar o vestir a alguien tienen poco reconocimiento social –son consideradas trabajos “sucios”–, mientras que otras actividades de cuidado infantil como estar pendiente de otros miembros del hogar, jugar con ellos, leer cuentos o llevar al parque son actividades que entran en la categoría de “nobles”, mejor valoradas socialmente. La autora muestra que los hombres suelen ocuparse en actividades “nobles” y las mujeres en actividades “sucias”.


La experiencia internacional –particularmente la de Corea del Sur– da cuenta de que es posible introducir mecanismos que entreguen insumos para el cuidado infantil, repercutiendo en una liberación de tiempo para las mujeres y, por ende, en una mayor autonomía para ellas.


Conviene, pues, analizar la experiencia de Corea del Sur con respecto al impacto del programa de cuidado infantil y la ampliación de su alcance a hogares con niños y niñas no escolarizados de 0 a 5 años, sin imponer condiciones relacionadas con el nivel de ingresos de los hogares.


Para evaluar la eficacia del programa y de las mejoras por las cuales se amplió su cobertura, Eun-Jung Kim y Hye-sook Lee, investigadoras del Korea Institute for Health and Social Affairs realizaron en el 2016 un estudio para revisar si el programa cumplía con los objetivos de aliviar los costos del cuidado infantil, mejorar la participación de las mujeres en el mercado laboral y contribuir al aumento de la tasa de natalidad.


Las autoras encontraron –a través de la metodología de diferencias en diferencias– que el cambio del programa tuvo un efecto significativo en la inserción de las mujeres en el mercado laboral remunerado, con un impacto mayor en mujeres con hijos en edad de lactancia (0 a 2 años). El efecto fue incluso mayor en familias con menores ingresos. Además, las mejoras introducidas resultaron efectivas en disminuir la proporción del gasto del hogar dedicado a cuidado infantil en hogares con hijos en la etapa de lactancia, principalmente en aquellos donde las mujeres trabajan de forma remunerada.


Por el contrario, para el caso de hogares con niños mayores de 3 a 5 años, la ampliación tuvo un impacto limitado, que principalmente benefició a hogares en los que las mujeres se dedicaban a TDCNR. Respecto a la participación de las mujeres en el mercado laboral, la ampliación del programa aumentó la probabilidad de inserción laboral de las mujeres/madres; sin embargo, los efectos también fueron diferenciados de acuerdo al rango de edad de los hijos y de los ingresos por hogar. Por ejemplo, para las mujeres de hogares con bajos ingresos, a pesar de que estas ingresaran exitosamente al mercado laboral, no hubo un impacto significativo en la duración de la labor remunerada.


Por último, las autoras encontraron que la ampliación de los subsidios tiene impactos diferenciados de acuerdo a la edad de los hijos y en el nivel de ingresos de los hogares, así como en un aumento en la intención de procreación. Este último fue uno de los objetivos del programa en razón del contexto de Corea, en donde la tasa de reemplazo poblacional es baja y hay poca “intención de procreación”. No obstante, en el caso de que este o un programa similar sea desarrollado en Colombia, se podrían generar consecuencias no previstas.


Cabe resaltar que según el estudio, es importante que estas medidas no se adopten de manera aislada, sino que se implementen junto con otras estrategias para que haya un impacto mayor, en especial respecto a la reducción de la proporción del gasto del hogar destinada al cuidado infantil.


Por otro lado, a pesar del éxito del programa, existen quejas por parte del personal de cuidado, generalmente femenino, con respecto a las condiciones laborales –la baja remuneración, la falta de provisión de prestaciones sociales y beneficios laborales y la informalidad de los contratos–.


Experiencias de programas de cuidado infantil en Colombia como la de las madres comunitarias han sido fuertemente criticadas ya que, al estar feminizado el trabajo de cuidado encaminado a garantizar a los niños y niñas la atención de sus necesidades básicas, esta iniciativa, que en principio era solidaria y comunitaria, ha recaído exclusivamente en las mujeres de la comunidad; quienes han desempeñado este trabajo en condiciones precarias, sin una vinculación laboral formal ni el correlativo pago de prestaciones sociales.

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